¿Quién no conoce a estas alturas el fenómeno Millenium? Primero fueron la serie de novelas póstumas de Stieg Larsson, que se convirtieron en auténticos best sellers a nivel internacional y que abrieron las puertas del mundo al thriller nórdico literario (y posteriormente cinematográfico). Luego las adaptaciones que se llevaron a cabo en su país de origen y que convirtieron a Noomi Rapace en objeto de deseo para los productores de Hollywood. El siguiente paso, cómo no, su salto definitivo a La Meca del cine de la mano del genial David Fincher. El último (de momento) es este clásico inmediato guionizado por el francés Sylvain Runberg y dibujado por el español José Homs.
Si a estas alturas queda alguien que no haya oído hablar de la historia ideada por Larsson, no tiene excusa. Pero así grosso modo, nos narra la investigación de un afamado periodista y una impulsiva hacker acerca de la desaparición de una joven heredera décadas atrás. Entre medias, conspiraciones, lucha de poderes, nazismo, asesinatos, reivindicación de la mujer…
Poniendo el foco en un sitio o en otro, las visiones que ha habido de Los hombres que no amaban a las mujeres se mantienen más o menos fieles al esqueleto desarrollado por el autor sueco. Pero todas tienen una voz propia. En el cómic se aprecian detalles de la novela que no se han visto en cines, al igual que en los films encontramos detalles sobre los que se pasaba de puntillas en el libro. Son lecturas y visionados complementarios, que saben marcar distancias unas a otras. De ahí que por muchas comparaciones que se hagan, la novela gráfica que nos ocupa no pierda un ápice de la fuerza que la caracteriza.
A este respecto, uno de los aspectos más destacados de la adaptación de Runberg es el cuidado que le da a Lisbeth Salander. Es cierto que ésta siempre ha sido la gran protagonista de todas las versiones (el propio Fincher, para enfatizar esa fortaleza que atesora el personaje, relativizó los roles y «convirtió» al Mikael Blomkvist de Daniel Craig en un ser sumiso en el que reprodujo esos convencionalimos arcaicos de mujeres dependientes y necesitadas de amor y atención por «su» hombre), pero en esta ocasión se incide mucho más en la vida personal de la heroína, prestando mucha atención en su pasado y la relación que mantiene con familia y amigos. Una decisión arriesgada porque si bien aporta mayores matices en el personaje, justifica su evolución y logra que empaticemos más con ella, reduce el impacto que podrían causar sus actos.
La composición de las páginas se caracteriza por el abundante número de viñetas contienen. Las distintas escenas están muy troceadas y cargadas de diálogos para que no se nos escape detalle alguno. Apenas hay espacio para grandes viñetas que ocupen al menos media página (una de las más destacadas es la imagen final de la página 70, con Lisbeth mirando al horizonte [en uno de los momentos más emotivos de la historia]). Incluso en estas, la cantidad de información que se nos ofrece es enorme. La novela original superaba con facilidad las 600 páginas y las adaptaciones cinematográficas rondaban ambas las tres horas. Runberg y Homs, logran sintetizar el discurso en unas muy picaditas 136 páginas con las que hacen gala de un perfecto dominio del medio, ofreciendo una historia muy dinámica, en la que el ritmo no decae en ningún momento.
Un dominio no solo formal, sino también narrativo. Homs aporta muchísima crudeza a las escenas más escabrosas y define muy bien los estados de ánimo de sus personajes (son extremadamente expresivos); mientras que Runberg elige sabiamente intercalar los flashbacks y algunas acciones en paralelo para potenciar la imagen de unidad en una historia en la que todo parece estar conectado de una forma u otra.
Mención especial se merece también el coloreado de la obra, otro de sus grandes atractivos, ya que transmite con gran tino las diferentes atmósferas. Usa tonos más cálidos tirando al naranja en las escenas íntimas y familiares, más vivas y rojas en aquellas que pretenden perturbar y generar más acción; sepias para los flashbacks, o colores fríos para los momentos en los que la desazón o la impotencia es mayor. El color trabaja en perfecta armonía con la estupenda labor de Josep Homs y Sylvain Runberg.
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