En un mercado saturado de vampiros, zombies y hombres lobo, El Torres acude a la llamada de las brujas para deleitarnos con una historia de terror muy contemporánea pero que no renuncia a sus raíces clásicas, que se define por ser una lectura muy amena y divertida para todo fan del género. Publicada originalmente en EEUU en formato grapa por parte de Amigo Comics, Las brujas de Westwood ha sido recopilada para la edición española por Dibbuks, que vuelve a apostar por el guionista malagueño (tras la publicación de obras como El Velo o El bosque de los suicidas), uno de los máximos exponentes del cómic patrio que triunfa fuera de nuestras fronteras. La edición publicada por Dibbuks cuenta con una serie de bocetos, ilustraciones y un texto de El Torres en el que habla acerca de la producción del cómic.
Al igual que hiciera Rob Zombie con su último film, The Lords of Salem (2012), El Torres muestra su interés por la vertiente más clásica y oscura de la brujería, aquella que engarza sus raíces en la Edad Media con vividos aquelarres, pasión por los sacrificios y adoración de demonios paganos. Y lo hace con la fuerte convicción que le proporciona la documentación, generando una sensación de verismo que acrecienta el miedo que nos transmite la obra. El autor manifiesta su conocimiento del género jugando con los conceptos básicos y los clichés que caracterizan a este tipo de historias; además de regalar algún que otro guiño a Stephen King. Su erudición sobre el tema le permite también ofrecer algunos homenajes a las Pinturas negras de Goya o a la representación del demonio Baphomet tal como lo dibujó Eliphas Lévi en su Dogma y ritual de la alta magia (1854).
El Torres no ha inventado nada nuevo, pero sabe utilizar sus recursos para construir un relato muy atractivo. Por ello es imposible no caer en la cuenta en la herencia que mantiene Las brujas de Westwood con (ya que hablamos de él) la obra del novelista de Maine. Historias como It, Un saco de huesos o El Resplandor tienen ciertos ecos en el relato que nos ocupa: el bloqueo del escritor que se refugia en un lugar aislado para poder reencontrarse con su inspiración o la exploración de su atormentada figura a causa de las pérdidas y recuerdos, la elección de un pequeño pueblo y sus vecinos como epicentro de la historia, los fantasmas infantiles que vuelven a tomar cuerpo en la madurez… e incluso el propio nombre del héroe de la narración, Jack (aunque quizás esto último tenga más de coincidencia que otra cosa, ya que el nombre alude directamente al historietista Jack Kirby [Kurtzberg era su apellido real] y no a Jack Torrance [el trastornado protagonista de El Resplandor]).
Las brujas de Westwood se configura como una compleja e inquietante historia en la que se entremezclan realidad y ficción, entroncando con mitos contemporáneos del género como En la boca del miedo (John Carpenter, 1995), con quien comparte algunas de sus ideas, como su crítica al mercado editorial. El autor apunta con sorna a los fenómenos editoriales juveniles de los últimos años, pero es en la presión sobre la cultura como fábrica de ganar dinero en la que prima más la cantidad que la calidad, donde El Torres carga sus tintas a través de dos estereotipados personajes: el editor y la mujer de la protagonista. Personajes tipo de esta clase de relatos que aprietan las tuercas al protagonista sin ser conscientes de lo que ocurre realmente. En este sentido, Las brujas de Westwood funciona a varios niveles: desde esta sátira al sector librero al cuento de terror, pasando por una historia de amor y amistad entre dos hermanos a los que el tiempo ha llevado por caminos separados.
El dibujo de Ángel Hernández y Abel García capta muy bien la atmósfera que le quiere transmitir el guionista a la historia, pero sin lugar a dudas es el trabajo de Esther Sanz en el color el que da el brillante acabado a la obra. No solo cohesiona los dos estilos de dibujo (detalle importante, ya que la obra está estructurada en dos partes bien diferenciadas, y el peligro de generar la sensación de que ambas están inconexas era evidente), sino que refleja con gran tino el cambio de atmósfera y localizaciones que se va dando a lo largo de la trama.
Las brujas de Westwood es un relato narrado con un excelente ritmo, con un final que aún cuando se puede ir anticipando hacia mitad de la obra, sigue sorprendiendo. Gracias en gran medida a que la acción va in crescendo y no deja que el lector se relaje por un momento.
Como nota final, los cazadores de easter eggs encontrarán también un simpático guiño a He-Man que esconde más significado del que pudiera parecer a priori.
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