Se echaba de menos una película de Sofia Coppola en la gran pantalla, pero ha vuelto pisando fuerte. Después de casi un año de su estrenó en EEUU y más de un año después de que se llevara el León de Oro a mejor película en el Festival de cine de Venecia en 2010, Somewhere, su última película, puede verse por fin en España. Sin duda esta larga espera no ha decepcionado, rodada con su estilo tan particular, Coppola vuelve a contarnos una historia de soledad (como en sus otras 3 películas) pero por primera vez de la mano de un hombre, un actor famoso encarnado por Stephen Dorff, que rodeado de lujos y vicios convertidos en rutina, se va dando cuenta de su soledad y de lo cansado que está de sí mismo a lo largo de la película gracias a la compañía de su hija de 11 años interpretada por Elle Fanning, hermana pequeña de Dakota Fanning, que con este papel se ha ganado su propio reconocimiento y algún que otro premio.
En esta ocasión la directora se vale prácticamente de estos dos personajes para llegar al público, y no necesita más que la correcta interpretación de esos dos actores y su estilo personal para conseguirlo. Y, ¿cómo lo consigue? con ese toque europeo que aporta para contar historias made in the USA: cogiendo una historia cualquiera y haciendo que llegue al público como sólo ella sabe, con escasez de diálogo pero encontrando la emotividad en cada silencio, sabiendo transmitir en cada plano el sentimiento exacto. Convierte a los personajes en algo más que personajes, los destapa y libera de esa apariencia que están obligados a transmitir y los hace vulnerables, los convierte en personas.
En esta ocasión vuelve a recuperar el estilo de Lost in Traslation que le dio notoriedad y le valió un Oscar, un estilo que parecía haber perdido con su última película (Marie Antoinette). Se vale de planos largos, de cámara fija durante un notable periodo de tiempo que, aunque a veces puede resultar excesivo, no hace más que acentuar esa soledad que quiere transmitir. Así consigue convertir una historia aparentemente sencilla y superflua en algo profundo que desmitifica el universo de la fama que frecuentemente nos llega desde los medios de comunicación. El dinero no da la felicidad, la camufla.
Y, ¿cómo no mencionar la banda sonora? Con Marie Antoinette recibió más halagos por la música que por la película en sí… En este caso la banda sonora corre a cargo del grupo cuyo cantante es su reciente marido, Phoenix, pero anecdóticamente cabe mencionar el hecho de que solo han incluido dos canciones propias, la de los créditos del principio y del final. Como en el resto de sus películas la música no decepciona, en esta ocasión escuchamos canciones minuciosamente elegidas de grupos como Foo Fighters, The Police, The Strokes o Gwen Stefani que, aunque no siempre se complementen perfectamente con la historia (recordemos la música de Marie Antoinette), da un toque especial a la película en general y a cada escena en particular. Es con la música con lo que se completa la historia y los personajes, las escasas palabras se ven complementadas por una música que parece transmitir por los personajes, hace que cada silencio hable a través de la letra de las canciones. Esto hace que la banda sonora sea incluso más importante que los diálogos.
Muchas veces Hollywood se vale de sus propios entramados para llevar una historia al cine, en este caso se retrata el vacío de la vida de un actor sumergido en una atmósfera de frivolidad convertido en lo que los demás esperan de él, pero con ese toque que sólo Sofia Coppola sabe introducir, ese cine narrado en primera persona en el que el protagonista se convierte en un espectador más de su propia vida y acaba por sentir lástima de sí mismo, prestando especial atención a los momentos en lo que se va dando cuenta.
Vale la pena escapar de nuestra realidad esa hora y media de la película para sumergirnos en ese mundo aparentemente lejano presentado de una manera mucho más cercana de lo que hubiéramos imaginado. Todos tenemos algo en común con estos personajes, los sentimientos.
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